Una tarde en la Casa Batlló

Cuando visito ciudades a las que volveré – o sé de alguna manera que lo haré-, me guardo varios de sus sitios para luego, para esa otra ocasión futura. Así el regreso se me hace importante y de alguna manera perentorio. La Casa Batlló de Antoni Gaudí tenía esperando como 4 visitas mías a Barcelona y me dije para esa -enero de este año- que ya era hora de cumplir el compromiso. Y el día llegó. Allí escribí en mi cuaderno unas notas breves que no deseo perder. Una sensación nada más.
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Salí de casa anhelando un rincón tibio y amoroso donde esconderme un rato de la costumbre que incluso en el extranjero, durante estadías largas, me impongo. Rutinas para sentirme en casa y diluirme en el entorno para hacerlo mío.

Tenía pendiente la Casa Batlló de Antoni Gaudí en Barcelona. No deja de fascinarme este hombre que tanto determinó el espíritu de la ciudad. Y aquí estoy ahora en el lounge de la casa donde uno puede sentarse a tomar un café con galleticas y contemplar el Paseo de Gracia inmerso en la melancolía invernal a través de unas magníficas ventanas de madera.

Juego a pensar que alguna vez él se asomaría por ellas mientras supervisaba los detalles de su diseño, sensual y sin duda lleno de amor. El solo pensamiento me cautiva sintiéndome privilegiada de ocupar este espacio, así sea por unos minutos, pensado para hogar, que lo fue, y que es obra de arte. Repaso en mi cámara las fotos de la entrada, las escaleras, la azotea, el cuarto de lavado, el diseño de las puertas, de los techos, de los salones. Me imagino lo que sería la vida cotidiana en un ambiente así, lleno de belleza.
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Estoy en el rincón amoroso –adjetivo necesario para describir la necesidad de cómo debe ser el escondite, el refugio, el instante ese que busco conmigo misma- fuera de la distracción de lo familiar y acostumbrado, con el café confortante para la tarde de invierno, ya crepuscular que me ataja en otro instante más a punto de ser perdido y en el que estoy inmersa en asombro y maravilla.

Miro por la ventana. No me pregunto nada, no hoy, porque el transcurrir de los días últimamente no trae respuestas, y quizás porque ya no quiero preguntarme nada. Sólo quiero abrazar el árbol afuera, desconchado y estoico ante el frío en espera de mejores tiempos  -y aquí parafraseo un poema mío que no me ha abandonado en todos estos días-, y aplacarme en el agrisamiento del día hacia la noche.

Intento aprehender otro momento de suspensión en el tiempo en este cuadernillo que espero sobreviva las intemperancias de estos viajes de la vida. Quiero regresar a esta escena algún día. La tarde se cuela hacia la noche, pero se queda en mí cuando decido que volveré.

Casa Batlló - Barcelona